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HIROSHIMA A PARTIR DE LAS VICTIMAS DEL BOMBARDEO

"Parecíamos fantasmas", relata una sobreviviente de Hiroshima
Chiyoko Kuwabara tenía 13 años cuando estalló la bomba atómica encima de la ciudad japonesa de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. 
RFI/Gonzalo Robledo

"Todos los irradiados caminábamos con los brazos levantados a la altura del corazón. Parecíamos fantasmas. Las quemaduras eran tan graves que solo podíamos arrastrar nuestro cuerpo." Setenta años después de que Estados Unidos lanzara la bomba atómica sobre Hiroshima, el testimonio de la sobreviviente Chiyoko Kuwabara a RFI suena como un llamado a la paz en un Japón que está cambiando.

Con Gonzalo Robledo
La señora Chiyoko Kuwabara tenía trece años la mañana del 6 de agosto de 1945 cuando el avión que dividió en dos la historia del siglo XX apareció en el cielo de la ciudad japonesa de Hiroshima.

Como las otras víctimas de aquella tragedia sin precedentes - y nunca repetida desde entonces, Chiyoko Kuwabara lleva en su cuerpo las cicatrices dejadas por una bomba diseñada para borrar del mapa con una sola explosión ciudades enteras. Las secuelas de la radiactividad la han acompañado durante los pasados setenta años así como ese nombre que la sociedad les ha puesto a todos ellos: “los irradiados” (Hibakusha en japonés).

"La mañana del 6 de agosto hacía muy buen tiempo. Era un día muy cálido. Salí desde mi casa hasta el barrio de Yakobacho que está a ochocientos metros del epicentro de la explosión para reunirme con los niños de mi clase", cuenta la señora Kuwabara, hoy de 83 años.

Hiroshima, ahora puerto de mediano tamaño para Japón con poco más de un millón de habitantes, apenas había sufrido bombardeos antes de agosto de 1945. Al contrario de otras ciudades japonesas con bases militares importantes.

Algunos historiadores aseguran que la razón de la aparente benevolencia solo la sabían un puñado de científicos y políticos en Estados Unidos que querían mantener la ciudad intacta para poder medir en un blanco real y con seres humanos vivos el poder destructivo de un nuevo proyectil que aplicaría los últimos descubrimientos de la ciencia nuclear.

“Uno de mis compañeros dijo 'no tiene la bandera de Japón que llevan nuestros aviones en las alas'. Pero enseguida los demás le dijeron que por estar volando tan alto era imposible distinguir la bandera japonesa. Éramos niños y lo único que acertamos a decir fue 'si, es verdad'. Seguimos mirando creyendo que era un avión japonés. El avión dejaba una estela muy, muy larga de oeste a este. Como estábamos convencidos de que era un avión japonés estábamos muy tranquilos.

Estábamos así siguiendo con la vista cuando de repente.... BOOOM! Nos dejó caer la bomba atómica."

La detonación se produjo a unos seiscientos metros de altura generando una enorme bola de fuego que alcanzó 1 millón de grados centígrados de temperatura en su centro. La energía liberada por la explosión fue el equivalente a 15.000 toneladas de TNT. El impacto produjo una descomunal nube de humo blanco en forma de hongo que se convertiría en el ícono de una nueva época. Los ojos de ningún ser humano habían sufrido un destello tan luminoso y nadie había sentido una explosión de tal fuerza.

Hiroshima tenía en esos momentos unos 350.000 habitantes. Se calcula que unos 70.000 murieron de inmediato. Muchos carbonizados por las temperaturas extremas de la bomba o por los incendios. Otros aplastados por los edificios o lanzados por los aires por la onda expansiva de la explosión.

Secuencias de horror

El centro de la ciudad quedó envuelto en una nube negra como una metáfora de lo poco que se sabía de esa nueva arma secreta y letal. La pequeña Chiyoko, una niña menuda aún para sus trece años, fue lanzada al sótano de una casa vecina que hacía las veces de refugio.

“No se bien cuanto tiempo transcurrió. Me despertó el sonido de unas voces. Estaba muy oscuro y poco a poco el aire se tornó gris. Vi tres sombras. Las primeras personas que veía. Me puse muy contenta y cuando empecé a gritar AUXILIO, AUXILIO una de las tres se me acercó. Era una de mis compañeras y me dijo Chiyo te has salvado! Estás viva! Esas fueron sus primeras palabras. Y cuando vi su cara no pude contener el llanto. Allí lloré por primera vez ese día."

Pasada la alegría del reencuentro, y a medida que se podían ver mejor las caras, empezarían las secuencias de horror.

"Creo que era la piel de mi frente que se había quemado y se había vuelto una masa con mi cabello. Cuando caminaba caía sobre mi cara. Yo no sabía que era pues no sentía ni picazón ni dolor. Simplemente me lo echaba hacia atrás. Seguía caminando sin darle importancia pero otra vez caía sobre mi frente. Caminaba y me volvía a caer sobre la frente.

Otra vez me lo echaba hacia atrás se quedaba allí un momento y vuelta a caer. De repente una de mis amigas se detuvo a mirar mi cara y exclamó asustada: ¿Qué te pasó? Estás muy quemada!»

Ver cientos de personas caminando desolladas con su carne viva expuesta al aire o con parte del cuerpo carbonizado se hizo algo habitual ese día.

“Todos los irradiados caminábamos con los brazos levantados a la altura del corazón. Escapábamos con esa postura. Parecíamos fantasmas. No podíamos caminar agarrados de la mano. Las quemaduras eran tan graves que solo podíamos arrastrar nuestro cuerpo."

De las ruinas salían voces de dolor y gritos de auxilio. El río Ota, en cuya desembocadura se encuentra la ciudad de Hiroshima, se convirtió en un refugio de los incendios y pronto se llenó de seres moribundos o de cadáveres que se sumaban a su cauce.

140.000 muertos

Nadie en Hiroshima conocía la radiactividad. Un fenómeno de partículas invisibles que atacan las células. El efecto principal es poner fin al sistema inmunológico del cuerpo dando vía libre a infecciones y enfermedades que van desde la leucemia a múltiples tipos de cáncer. Una cadena de sufrimiento había comenzado para miles de personas. Los afectados se contaron en decenas de miles y para finales de 1945 habían fallecido como consecuencia de la bomba atómica de Hiroshima unas 140.000 personas.

Gracias a un familiar que trabajaba en un hospital militar de la época, Chiyoko Kuwabara pudo ser admitida como la primera civil y eso ayudó a su recuperación. Durante varios años el cabello desapareció de su cabeza y como muchas niñas "hibakusha" expuestas a la radiación, debió llevar una pañoleta en la cabeza para disimular su calvicie, lo que daba lugar a escarnio de sus compañeros de colegio.

¿Vivir sola el resto de la vida?

Debido a la extendida creencia de que los irradiados darían a luz hijos deformes, la joven Chiyoko tuvo que aguantar el rechazo de la familia de un pretendiente y se resignó a vivir sola el resto de su vida. Pero, al entrar a trabajar en una empresa fabricante de cigarrillos para asegurarse su economía, conoció a otro hibakusha: Tomomi. Con él se casó cuando tenía 35 años, es decir diez años más tarde de lo que recomiendan las convenciones sociales japonesas.

Hoy Chiyoko y Tomomi tienen dos hijos que no han sufrido ningún efecto aparente de la radiación y la señora Kuwabara transmite su mensaje pacifista a las futuras generaciones. A los grupos de colegios y adultos que visitan Hiroshima durante todo el año, narra esta misma historia. Sin olvidar defender la Constitución pacifista que los aliados occidentales instauraron en Japón después del fin de la Segunda Guerra Mundial, poniendo fin al derecho a la beligerancia de la nación nipona.

"Gracias al Artículo 9 de la Constitución hemos tenido en Japón paz durante setenta años. Y nos hemos esforzado para la reconstrucción del país", dice la señora Kuwabara. "Sin embargo ahora la quieren cambiar. Yo me opongo de una manera rotunda pues creo que están intentando convertir a Japón en un país que esta dispuesto a participar en una guerra en cualquier momento.

Tomado de: RFI


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