Ir al contenido principal

“Los intelectuales fueron los principales clientes del nazismo.”



El historiador francés experto en el nazismo Christian Ingrao publica Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de guerra de las SS (Acantilado), un monumental ensayo que demuestra que muchos de los asesinos del régimen nazi eran universitarios cultivados.
ANDRÉS SEOANE
religion
¿Cómo se puede ser un intelectual sensible a la cultura y un ferviente defensor del nazismo a un mismo tiempo? Hasta ahora al pensar en soldados del Reich o en oficiales de cuerpos como las SS nos imaginábamos a individuos sin estudios y extraídos de los bajos fondos, populacho próximo a la barbarie encandilado por un genio del mal como Adolf Hitler. Lo bueno de este mito es que nos permite delimitar claramente la línea entre hombre y monstruo y suscribir la evocadora cita de Theodor Adorno sobre Auschwitz y la poesía. Pero existe un problema que plantea la realidad. El nazismo, y todas las atrocidades de las que fue responsable, no fueron producto de una masa enfervorecida por ciegas ensoñaciones patrióticas, sino el resultado de una ingeniería científica y unas construcciones académicas creadas por intelectuales y eruditos afectos a una ideología que les permitió superar sus traumas privados y colectivos. En el monumental ensayo Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de guerra de las SS (Acantilado), el historiador francés experto en el nazismo Christian Ingrao analiza la trayectoria de 80 miembros intermedios de las SS y las SD, todos universitarios, muchos doctores, juristas, economistas, filólogos, filósofos e historiadores que conformaron de forma entusiasta el corpus central del régimen nacionalsocialista.
Porque lo que Ingrao pretende demostrar es una tesis a priori sencilla pero muy reveladora. “No hay que estudiar el nazismo como un sistema de ideas, sino como un sistema de creencias que subvierte, a través de un proceso emocional, la pertenencia social y cultural”, explica. “El nazismo fue atractivo para obreros y campesinos, para gente de clase media y para gente de clase superior, y la única población que realmente no se sintió atraída por el nazismo fueron los judíos”. Pero más allá de la retórica populista y de la crispada situación social, ¿qué llevo a estos hombres cultos a participar de la subsiguiente barbarie que generó el régimen de Hitler, a comer, como dijo Heinrich Böll, del “sacramento del búfalo? “Lo que diferencia al nazismo de otros tipos de etnonacionalismo que se vivieron en Alemania entre 1919 y 1925 es que es un planteamiento determinista racial, lo que significa que para cualquier persona que lo interioriza todo está condicionado por un sistema de jerarquización racial, que para los nazis tiene una justificación científica”, afirma Ingrao. “El nazismo distorsiona a través de la emoción la manera en que los individuos y los grupos perciben el mundo”.
El nazismo logró transformar la angustia de la Gran Guerra en una utopía política”
Este planteamiento de la interiorización puede ser suficiente para explicarnos la pertenencia de estos académicos a los cuerpos represores del Estado, pero se queda algo estrecho a la hora de tratar de comprender como estos intelectuales comprometidos participaron, entusiastamente en muchos casos, en los Einsatzgruppen, los “comandos de ejecución” que se dedicaron a asesinar en los países de Europa del Este a más de 1.400.000 judíos, oficiales, comisarios políticos, soldados, intelectuales, patriotas, gitanos… Para Ingrao eso se explica por una necesidad desesperada de creer en su nación surgida de la humillante e inesperada derrota de 1918 y el subsiguiente maltrato recibido en el Tratado de Versalles. “Estos hombres eran niños y adolescentes durante la Primera Guerra Mundial, y sufren entonces una experiencia sumamente traumática, el resurgimiento de la muerte de masas a niveles nunca vistos desde la Peste Negra del siglo XIV. De los 3000 muertos diarios, 1700 eran alemanes”, asegura el historiador.
Pero además del drama mortal, Alemania perdió la guerra, lo que provocó el cuestionamiento de la existencia misma de la nación a nivel político e incluso físico. “Alemania se vio abrumaba por un sentimiento de angustia colectiva y muerte inminente que, analizado y dotado de sentido por el nazismo, asume de una manera suficientemente convincente para que una gran cantidad de intelectuales se impliquen de una manera convencida”. Según el historiador, una de las claves del triunfo del nazismo es que “ha asumido la herida narcisista de la Gran Guerra y la ha explicado, transformando la angustia en una utopía política cuyos principales clientes son estos intelectuales acostumbrados a las emociones intensas. Pasan de una emoción muy oscura que es la angustia, a un fervor cuasi religioso. Por eso cuando tienes un intelectual que interioriza ese nazismo, cree en él con todas sus fuerzas, con toda su alma y con todo su cuerpo”.
Y aquí es donde entra en juego la segunda parte de la propuesta de Ingrao, el destruir, que nace de la lógica racial nazi de suponer que la raza que no lucha y vence, perece, lo que explica la lógica apocalíptica adoptada por la Segunda Guerra Mundial. “En el nazismo el creer y el destruir están imbricados. El creer es creer en la voluntad de destrucción del otro para con uno mismo. El imaginario de la destrucción consiste en imaginar que te van a destruir a ti y actuar primero”. Por eso la violencia, primero como deportación, luego como asesinato y después como exterminio, estaba justificada e incluso era necesaria para la salvación de Alemania. En este contexto nace el ideario de la “Conquista del Este” llevada a cabo por los Einsatzgruppen, el plan para germanizar los territorios existentes hasta los Urales, el Cáucaso y las llanuras del Caspio con población alemana, lo que supondría el exterminio o deportación de unos 50 millones de personas. “El nazismo también fue un proyecto político que, por la dimensión imperial de la conquista del espacio vital, se otorga la idea de fundar un imperio que sea milenario en el cual una nueva sociedad podrá organizarse y el fermento de conflictos que existe en todas las sociedades quedará eliminado para siempre”, recuerda Ingrao.
Ninguno de estos hombres estará convencido de que lo que ha hecho era condenable moralmente”
No obstante, a pesar de estos sueños megalómanos y a sus perversos medios de ejecución, Ingrao no considera que estos intelectuales fueran unos fanáticos, sino que eran hombres muy comprometidos emocionalmente, y “dispuestos a hacer inmensas concesiones y sacrificios para no renunciar a la creencia”. Un punto de vista que contrasta con el resultado final. Como sabemos, la guerra termino de nuevo con derrota alemana, un hecho que divide profundamente a los dignatarios nazis. Como recuerda el historiador, “en lo que respecta a la primera generación, los que han vivido como adultos la derrota de la Primera Guerra Mundial y viven en el 45 una segunda derrota, la mayoría prefieren renunciar a la vida antes que enfrentarse a la realidad”. Pero no ocurre lo mismo con estos intelectuales de grado intermedio, en muchos casos con las manos mucho más manchadas de sangre que los jerarcas más conocidos. “La segunda generación de dirigentes nazis no decide lo mismo. Son asesinos, y en ese sentido sí se han comportado como fanáticos, pero al final en los últimos meses de la guerra toman la decisión fundamental de decidir sobrevivir e intentar adaptarse al mundo tal y como pudiera plantearse”, recuerda Ingrao.
Eso sí, en ellos no hay el menor signo de arrepentimiento y en un principio ni siquiera de renuncia al nazismo. “Siguen siendo nazis, porque el nazismo no muere en mayo del 45. En realidad, comienza a morir en el invierno del 46, cuando los aliados toman la decisión bastante increíble de alimentar a las poblaciones alemanas, a menudo a costa del sacrificio de sus propias poblaciones”. Muchos de estos hombres se libraron de ser detenidos o tardaron en comparecer ante un juez, pero en la gran mayoría de los casos expresaron más justificaciones que arrepentimiento, echando definitivamente por tierra el estereotipo de burócrata nazi defendido en La banalidad del mal por Hannah Arendt (de hecho, se asegura que el propio Eichmann fingió y la filósofa mordió el anzuelo). “Ese arrepentimiento supondría aceptar que lo que habían hecho era moralmente condenable. Todas las respuestas que dan esos hombres son estrategias de huida o de escape, porque ninguno de ellos estará convencido de que lo que ha hecho era condenable moralmente”, afirma tajante Ingrao. “Lo que hicieron fue tan bestia y transgresor que, si hubieran aceptado ese condicionamiento moral de lo que habían hecho, se hubiesen visto en la obligación de suicidarse. Y eso sería ya ciencia ficción”.

FUENTE:: RED FILOSOFICA DEL URUGUAY

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Me estoy dando el permiso...

"Me estoy dando el permiso de ir a mi propio ritmo, ya no quiero apurar nada, me agotaron las comparaciones, mi mundo interior es sagrado. Me estoy dando el permiso de tener relaciones sanas, verdaderas, donde todo sea mutuo, ya no quiero exigirme y ni exigir. Me estoy dando el permiso de dejar de sostener lo insostenible, de respetar lo que mi cuerpo experimenta y aceptar. Me estoy dando el permiso de tomar decisiones, aunque a veces cueste, porque por algún tiempo mis elecciones dependieron de cómo el otro reaccionaría ante ellas, entregándoles mi poder personal. Me estoy dando el permiso de ser yo misma, y por momentos me sorprende, me siento más liviana, con paz. Me estoy dando el permiso de expresar mis emociones, llorar si lo necesito, ver mi parte oscura y abrazarla con amor. Me estoy dando el permiso de seguir descubriendo mi sótano, ese lugar que está lleno de lo que por mucho tiempo no quise ver o me incomodaba. Me estoy dando el permiso de decir no, esta vez sin cu

cuánto te pagan por izar la bandera?

Somos el miedo de los gobiernos que mienten en nombre de la verdad. El miedo del poder militar,económico y jurídico que impide la comunicación humana de pueblo a pueblo. Somos el miedo de la soberanía de los piratas del mundo que mutilan el estado de ánimo e impiden la emociones reveladoras. Somos el miedo del poder de los déspotas que reside en mecanismos impersonales. El miedo de las estructuras burocráticas que desalientan las conductas exploratorias. El miedo de las grandes fortunas que se robaron de los derechos naturales. EI miedo de los centros de poder que amenazan con la destrucción total. El de esos varones sensatos y «prácticos» que desean dejar su huella en la historia y creen solamente en lo que pueden forzar y controlar. Somos el miedo de quienes nos adiestran a ser corteses cuando alguna institución nos pisotea. El miedo de quienes temen a los cambios pues su status depende de la rutina y del tiempo de otras personas. El miedo de las tecnologías caprichosas que nos obl

LO ENTERRARON VIVO EN UN ALJIBE

Ha de ser un nervio la ternura. Un nervio que se rompe y no se puede coser. Pocos hombres conocí que hubieran atravesado las pruebas del dolor y la violencia, rara hazaña, con la ternura invicta. Raúl Sendic fue uno de esos hombres. Me pregunto, ahora, qué habrá quedado de él. Lo recuerdo con su sonrisa de bebé en la cara tosca, cara de barro, preguntándome entre dientes: -¿Tenés una yilé? Raúl acababa de comprarse un traje, en la tienducha de un turco que vendía ropa usada, en la Ciudad Vieja, y se sentía de lo más elegante metido en aquella bolsa de sarga marrón con rayas al tono. Pero el traje no tenía el bolsillo chiquito del pantalón, tan necesario para las monedas. Así que él se hizo el bolsillo con una yilé y unos ganchitos. Yo tenía catorce años y era el dibujante de El Sol, el semanario socialista. Me habían dado una mesa, en el local del Partido, y ahí tenía yilé, tinta china, tempera y pinceles. Cada semana había que hacer una caricatura política. Los mejores chistes se le o