Se llamaba Irena Sendler y fue una de las mayores heroínas de la Segunda Guerra Mundial, al salvar a cientos de niños de origen judío del holocausto nazi. Su padre, médico en Otwock, un pueblo a 15 millas de Varsovia, murió de tifus contraído de uno de sus pacientes cuando ella tenía solo 7 años. Y en su lecho de muerte le enseñó la que sería la lección más importante de su vida. “Ayuda siempre al que lo necesite, ese es el verdadero sentido de la vida”. Quizás por esta razón, Irena estudió enfermería e ingresó en los servicios de municipales de bienestar social con la intención de aliviar el sufrimiento ajeno. Su trabajo se intensificó tras la invasión alemana de 1939, cuando se vio desbordada por la miseria y la injusticia de la guerra. Durante los primeros meses, Irena creó comedores y proporcionó ropa de abrigo, zapatos, medicinas y ayuda económica a huérfanos, ancianos y pobres, ya fueran judíos o, como ella, católicos. Sin embargo, tras su visi