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Experto en psiquiatría, filosofía de la pena y Foucault , Fréderic Gros ha escrito un tratado sobre el andar en el que relaciona las ideas de pensadores como Kant, Thoureau, Nietzsche y Rousseau con su manera de caminar. Una reivindicación del placer del paseo.
El filósofo francés Fréderic Gros, paseando por la universidad de Barcelona. JOAN
A Kant, Rousseau, Rimbaud y Nietzsche les gustaba salir a andar.
Todos lo hacían de forma diferente. Los paseos del joven Rimbaud,
dispersos y desordenados, estaban llenos de ira, mientras que Nietzsche buscaba en ellos la tonicidad y lo energético de la marcha. Kant era metódico
y sistemático: tomaba cada día, a la misma hora, la misma ruta. Todos
trasladaron en algún momento su despacho de trabajo al campo, donde las
ideas fluían libres, en plena naturaleza. Examinándolos de cerca, esos
paseos guardan cierto paralelismo con sus reflexiones, sostiene el
filósofo francés (y gran caminante) Fréderic Gros en Andar. Una filosofía (Taurus).
¿Cuándo empezó usted a caminar?
Relativamente tarde, a los 20 años. Fueron unos amigos los que me aficionaron. Ya cuando era niño me gustaba irme solo a las colinas pero lo cierto es que el andar sistemático, como excursión, me llegó más tarde. Mi primera experiencia importante fue el verano que hice la vuelta a Córcega. Recorrí el camino GR-20. Es difícil, pero la alianza entre alta montaña y el mar lo convierten en algo precioso.
¿Cuántos kilómetros hizo?
Éramos siete personas y lo recorrimos en 15 días, no sé cuántos kilómetros hicimos. Lo cierto es que cuando uno anda no cuenta los kilómetros porque la dificultad de los senderos hace que uno pueda recorrer, en ocasiones, muy pocos kilómetros en un día. Cuando uno anda por caminos más fáciles, llanos, lo que se considera la media del peregrino son 40 kilómetros diarios.
¿Qué opina de las aplicaciones que calculan la distancia, incluso las calorías consumidas ?
No las uso. Lo importante es tener una visión de conjunto y eso sólo se puede tener con un mapa desplegable. Respecto a las calorías, cuando uno se plantea caminatas de siete o más horas, lo que preocupa es llegar al próximo refugio.
En su ensayo relaciona el andar con grandes filósofos, ¿por qué?
Esos pensadores convirtieron las montañas y los bosques en su lugar de trabajo. Para ellos, andar no era una actividad deportiva o un paseo turístico. Realmente salían con sus cuadernos y sus lápices para encontrar nuevas ideas. La soledad era una de las condiciones para crear.
¿Y la relación entre la manera de caminar y sus ideas?
Es que hay maneras de andar que, efectivamente, son estilos filosóficos. Por ejemplo: Kant era muy serio y disciplinado, y es un filósofo que establece unas demostraciones muy rigurosas con definiciones muy estrictas. Tenía un estilo de andar que consistía en hacer todos los días el mismo paseo, a la misma hora. La escritura de Nietzsche, mucho más dispersa, con menos cohesión, tiene que ver con el hecho de que él buscaba en el andar sensaciones de energía y luz. Su escritura es muy brusca y rápida, no tan demostrativa como la de Kant.
¿A qué se refiere cuando escribe sobre la pérdida de la identidad que se produce al caminar?
Bueno, los efectos de andar pueden variar según la intensidad. Si andas durante cuatro o seis horas estás en compañía de ti mismo, puedes encontrarse con tus recuerdos o nuevas ideas. Pero a partir de las ocho o nueve horas, el cansacio es tal que uno ya no siente más que su cuerpo. Toda la concentraciónl va dirigida al hecho de avanzar. Ahí es cuando se produce la pérdida de identidad, que se debe a la fatiga extrema. Andamos para reinventarnos, para darnos otras identidades, otras posibilidades. Sobre todo, nuestro rol social. En la vida cotidiana uno está asociado a una función, una profesión, un discurso, una postura. Andar es un decapado de todo eso. Al final, caminar no es más que una relación entre un cuerpo, un paisaje y un sendero.
Pero cada vez se camina menos, especialmente en las ciudades, donde cada vez vive más población.
En el Tercer Mundo todavía se anda mucho, pero es cierto que en las ciudades está despareciendo. No están hechas para los peatones.
Los jóvenes tampoco caminan.
Las nuevas generaciones consideran, y quizá tengan razón, que hay que estar loco para ir andando a los sitios, sobre todo cuando se han hecho todo tipo de inventos técnicos para conseguir que no tengamos que andar. Para ellos, caminar es algo monótono, en parte porque las pantallas nos han acostumbrado a cambiar de imagen muy rápidamente y cuando andamos, los paisajes evolucionan muy lentamente. Además, cuando andamos, siempre hacemos lo mismo.
Y eso se percibe como algo aburrido.
Para algunas personas, caminar es lo más opuesto que puede haber al placer porque de manera espontánea tendemos a comparar el placer con una excitación. Y para que haya excitación se necesita novedad. Dicho esto, descubrir el placer de andar puede ser algo totalmente exótico. Uno descubre una dimensión de la existencia que hoy en día está prácticamente proscrita: la lentitud, la presencia física. Durante la marcha, todos los sentidos están presentes: se escuchan los ruidos del bosque, se ven las luces…
¿Qué le parece que los jubilados sean los que más andan?
Los sabios de la antigüedad tenían un dicho que hoy podría soprendernos, que es: «ten prisa por llegar a la vejez». Porque ellos consideraban que la vejez era ese momento de la vida en el que uno podía liberarse de todo y dedicarse al ciudado de uno mismo, le souci de soi, en latín cura sui. La marcha, además, no tiene nada de violento ni de brutal. Hay una regularidad en ella que apacigua, calma. Y se aleja de toda búsqueda de resultados. Por eso la primera frase del libro es: «andar no es un deporte». No hay que hacer marcas, no hay que superarse a sí mismo. Andar es una experiencia de lo más auténtica, aunque quizá no moderna.
¿Andar le ha liberado a usted del mundo académico? He leído que ahora está preparando un libro sobre la desobediencia.
Thoureau escribió el primer librito sobre andar y, curiosamente, también escribió el primer libro sobre la desobediencia civil. Y es verdad que andar nos enseña a desobedecer. Porque andar nos obliga a tomar una distancia que también es una distancia crítica. En el mundo académico todo el mundo está obligado a demostrar lo que dice. En este libro quería volcar ensoñaciones. La pregunta que hago a los pensadores que aperecen en él no es qué es lo que piensan, sino cómo andan. No he querido volver a las doctrinas, sino explorar los estilos.
Tomado de: RED FILOSÓFICA DEL URUGUAY
¿Cuándo empezó usted a caminar?
Relativamente tarde, a los 20 años. Fueron unos amigos los que me aficionaron. Ya cuando era niño me gustaba irme solo a las colinas pero lo cierto es que el andar sistemático, como excursión, me llegó más tarde. Mi primera experiencia importante fue el verano que hice la vuelta a Córcega. Recorrí el camino GR-20. Es difícil, pero la alianza entre alta montaña y el mar lo convierten en algo precioso.
¿Cuántos kilómetros hizo?
Éramos siete personas y lo recorrimos en 15 días, no sé cuántos kilómetros hicimos. Lo cierto es que cuando uno anda no cuenta los kilómetros porque la dificultad de los senderos hace que uno pueda recorrer, en ocasiones, muy pocos kilómetros en un día. Cuando uno anda por caminos más fáciles, llanos, lo que se considera la media del peregrino son 40 kilómetros diarios.
¿Qué opina de las aplicaciones que calculan la distancia, incluso las calorías consumidas ?
No las uso. Lo importante es tener una visión de conjunto y eso sólo se puede tener con un mapa desplegable. Respecto a las calorías, cuando uno se plantea caminatas de siete o más horas, lo que preocupa es llegar al próximo refugio.
En su ensayo relaciona el andar con grandes filósofos, ¿por qué?
Esos pensadores convirtieron las montañas y los bosques en su lugar de trabajo. Para ellos, andar no era una actividad deportiva o un paseo turístico. Realmente salían con sus cuadernos y sus lápices para encontrar nuevas ideas. La soledad era una de las condiciones para crear.
¿Y la relación entre la manera de caminar y sus ideas?
Es que hay maneras de andar que, efectivamente, son estilos filosóficos. Por ejemplo: Kant era muy serio y disciplinado, y es un filósofo que establece unas demostraciones muy rigurosas con definiciones muy estrictas. Tenía un estilo de andar que consistía en hacer todos los días el mismo paseo, a la misma hora. La escritura de Nietzsche, mucho más dispersa, con menos cohesión, tiene que ver con el hecho de que él buscaba en el andar sensaciones de energía y luz. Su escritura es muy brusca y rápida, no tan demostrativa como la de Kant.
¿A qué se refiere cuando escribe sobre la pérdida de la identidad que se produce al caminar?
Bueno, los efectos de andar pueden variar según la intensidad. Si andas durante cuatro o seis horas estás en compañía de ti mismo, puedes encontrarse con tus recuerdos o nuevas ideas. Pero a partir de las ocho o nueve horas, el cansacio es tal que uno ya no siente más que su cuerpo. Toda la concentraciónl va dirigida al hecho de avanzar. Ahí es cuando se produce la pérdida de identidad, que se debe a la fatiga extrema. Andamos para reinventarnos, para darnos otras identidades, otras posibilidades. Sobre todo, nuestro rol social. En la vida cotidiana uno está asociado a una función, una profesión, un discurso, una postura. Andar es un decapado de todo eso. Al final, caminar no es más que una relación entre un cuerpo, un paisaje y un sendero.
Pero cada vez se camina menos, especialmente en las ciudades, donde cada vez vive más población.
En el Tercer Mundo todavía se anda mucho, pero es cierto que en las ciudades está despareciendo. No están hechas para los peatones.
Los jóvenes tampoco caminan.
Las nuevas generaciones consideran, y quizá tengan razón, que hay que estar loco para ir andando a los sitios, sobre todo cuando se han hecho todo tipo de inventos técnicos para conseguir que no tengamos que andar. Para ellos, caminar es algo monótono, en parte porque las pantallas nos han acostumbrado a cambiar de imagen muy rápidamente y cuando andamos, los paisajes evolucionan muy lentamente. Además, cuando andamos, siempre hacemos lo mismo.
Y eso se percibe como algo aburrido.
Para algunas personas, caminar es lo más opuesto que puede haber al placer porque de manera espontánea tendemos a comparar el placer con una excitación. Y para que haya excitación se necesita novedad. Dicho esto, descubrir el placer de andar puede ser algo totalmente exótico. Uno descubre una dimensión de la existencia que hoy en día está prácticamente proscrita: la lentitud, la presencia física. Durante la marcha, todos los sentidos están presentes: se escuchan los ruidos del bosque, se ven las luces…
¿Qué le parece que los jubilados sean los que más andan?
Los sabios de la antigüedad tenían un dicho que hoy podría soprendernos, que es: «ten prisa por llegar a la vejez». Porque ellos consideraban que la vejez era ese momento de la vida en el que uno podía liberarse de todo y dedicarse al ciudado de uno mismo, le souci de soi, en latín cura sui. La marcha, además, no tiene nada de violento ni de brutal. Hay una regularidad en ella que apacigua, calma. Y se aleja de toda búsqueda de resultados. Por eso la primera frase del libro es: «andar no es un deporte». No hay que hacer marcas, no hay que superarse a sí mismo. Andar es una experiencia de lo más auténtica, aunque quizá no moderna.
¿Andar le ha liberado a usted del mundo académico? He leído que ahora está preparando un libro sobre la desobediencia.
Thoureau escribió el primer librito sobre andar y, curiosamente, también escribió el primer libro sobre la desobediencia civil. Y es verdad que andar nos enseña a desobedecer. Porque andar nos obliga a tomar una distancia que también es una distancia crítica. En el mundo académico todo el mundo está obligado a demostrar lo que dice. En este libro quería volcar ensoñaciones. La pregunta que hago a los pensadores que aperecen en él no es qué es lo que piensan, sino cómo andan. No he querido volver a las doctrinas, sino explorar los estilos.
Tomado de: RED FILOSÓFICA DEL URUGUAY
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