Ir al contenido principal

LO ENTERRARON VIVO EN UN ALJIBE




Ha de ser un nervio la ternura. Un nervio que se rompe y no se puede coser. Pocos hombres conocí que hubieran atravesado las pruebas del dolor y la violencia, rara hazaña, con la ternura invicta.

Raúl Sendic fue uno de esos hombres.

Me pregunto, ahora, qué habrá quedado de él.

Lo recuerdo con su sonrisa de bebé en la cara tosca, cara de barro, preguntándome entre dientes:

-¿Tenés una yilé?

Raúl acababa de comprarse un traje, en la tienducha de un turco que vendía ropa usada, en la Ciudad Vieja, y se sentía de lo más elegante metido en aquella bolsa de sarga marrón con rayas al tono. Pero el traje no tenía el bolsillo chiquito del pantalón, tan necesario para las monedas. Así que él se hizo el bolsillo con una yilé y unos ganchitos.

Yo tenía catorce años y era el dibujante de El Sol, el semanario socialista. Me habían dado una mesa, en el local del Partido, y ahí tenía yilé, tinta china, tempera y pinceles.

Cada semana había que hacer una caricatura política. Los mejores chistes se le ocurrían a Raúl, y le salían chispas de los ojos cuando se acercaba a regalármelos.

Algunas noches nos íbamos juntos, después de las reuniones de la Juventud Socialista.

Vivíamos cerca. Él se bajaba en la calle Duilio y yo seguía un par de cuadras más allá. Raúl dormía en el balcón. No soportaba un techo encima.

Varias veces me pregunté, años después, cómo habrá hecho Raúl para no enloquecerse el largo tiempo que pasó enterrado en los aljibes. De cuartel en cuartel, lo han tenido en el fondo de la tierra, con una tapa encima, y le bajaban el agua y el pan por una cuerda, para que no viera jamás el sol ni hablara con nadie.

No me lo puedo imaginar en esas tinieblas. A Raúl yo lo veo a la intemperie, en medio del campo, sentado sobre un cráneo de vaca que venía a ser el sillón de su estudio jurídico. Los obreros de los cañaverales, que lo llamaban El Justiciero, escucharon de sus
labios y entendieron, por primera vez, palabras como: derechos, sindicato, reforma agraria.

Cierro los ojos y vuelvo a ver a Raúl ante un fogón, en las costas del río Uruguay. Él me arrima una brasa a los labios porque otra vez se me apagó, ciudadano chambón, el cigarro de chala y naco picado.

Eduardo Galeano - Días y noches de amor y de guerra.

Tomado de Facebook, del muro de Miguel Estévez

Comentarios

Entradas más populares de este blog

"Si tienes un libro, nunca vas a estar solo"

«A mí lo que me ha salvado son los libros que he leído. Pero principalmente, de la soledad. Por ejemplo, ocurre mucho en las giras, cuando a un avión le pasa algo y nos quedamos todos tirados en un aeropuerto, que los músicos se desesperan, no saben qué hacer. Pero yo, si tengo un buen libro, ¡estoy feliz! Los libros me acompañan, me ayudan a pensar, a vivir un montón de vidas distintas a la mía. En lugar de estar como un animal enjaulado mirando a un avión que va a salir en seis horas, puedo estar en la antigua Roma viviendo las vidas de otros. Creo que ese es el único consejo que me he atrevido a dar en la vida: si tienes un libro, nunca vas a estar solo». -Joaquín Sabina. Tomado de:  Facebook

¿Cuál es el propósito de la lectura?

“He leído muchos libros, y me he olvidado de la mayoría; pero entonces, ¿cuál es el propósito de la lectura?"  Esta fue la pregunta que un alumno le hizo una vez a su maestro.  El maestro no respondió en ese momento; sin embargo, después de unos días, mientras él y el joven alumno estaban sentados cerca de un río, dijo que tenía sed y le pidió al niño que le trajera un poco de agua con un colador viejo y sucio que había en el suelo.   El alumno se sobresaltó, porque sabía que era un pedido sin lógica. Sin embargo, no pudo contradecir a su maestro y, habiendo tomado el colador, comenzó a realizar esta absurda tarea.   Cada vez que sumergía el colador en el río para traer un poco de agua para llevar a su maestro, ni siquiera podía dar un paso hacia él, ya que no quedaba ni una gota en el colador.  Lo intentó y lo intentó decenas de veces pero, por mucho que trató de correr más rápido desde la orilla hasta su maestro, el agua siguió pasando por todos los agujeros d...

Juana Saltitopa, mujer dominicana

  Juana de la Merced Trinidad (1815-1860) o mejor conocida como Juana Saltitopa fue una activista y miltar dominicana que es reconocida como un símbolo de heroismo femenino dado sus esfuerzos durante la Guerra de la Independencia. Nació en el año 1815 en el pequeño pueblo de Jamo cerca de Concepción de la Vega. El sobrenombre de Juana «Saltitopa» lo obtuvo en su infancia tras haberse caracterizado por ser una niña traviesa y rebelde quien le gustaba subirse a los árboles, brincando y saltando de rama en rama. Durante la Batalla del 30 de Marzo de 1844, se desempeñaba transportando agua para las necesidades del ejercito dominicano. En ocasiones ayudando refrescando los cañones, una actividad bastante arriesgada. Además Juana Saltitopa realizaba labores de enfermera cuidando a combatientes heridos. Su valor y empeño en situaciones tensas le ganó el apodo de «La Coronela». Saltitopa pasó un tiempo en Santo Domingo, ganando el sueldo de coronel trabajando para el gobierno. Sin embargo,...