Por Iliana Da Silva.
Música y memoria
Hay canciones que nos marcan, que dejan huella en nuestra vida. Canciones que pueden generar una profunda reflexión y otras que tienen un ritmo pegadizo, que invita a bailar o a cantar. Melodías que relatan historias de héroes, heroínas, amor, desamor, soledad, discriminación, desigualdad, luchas ganadas o perdidas: todas nos marcan por algo, porque
nos conectan con nuestra infancia o adolescencia; con momentos de cambio, felicidad o dolor.
En estos días, un hecho me conectó con una canción que, sin lugar a dudas, fue una de las canciones de denuncia que marcaron los primeros años del regreso de la democracia en nuestro país. La marcha del silencio, que este año, lejos de achicarse por la pandemia, se multiplicó con expresiones individuales y colectivas, trajo a mi memoria la canción “Angelitos” de José Carbajal, el Sabalero, oriundo de Juan Lacaze.
El Sabalero escribió “Angelitos” cuando estaba en México, y cuando regresó a Uruguay la cantó por primera vez en el Estadio Franzini, ante 20 mil personas, en 1984. En esa canción, denuncia el secuestro de niños como botines de guerra en operativos de coordinación entre las dictaduras de la región. Hijos de parejas uruguayas que desaparecieron junto a sus padres o nacieron en cautiverio.
Escuché “Angelitos”, por primera vez, cuando tendría unos 12 años de vida, gracias a un primo salteño que tocaba la guitarra en su exilio montevideano. Mi primo Quique, la interpretaba con la misma dulzura que el Sabalero pero, en las últimas estrofas, en homenaje a nuestra historia familiar, sumaba un nombre, el de Julio y Yolanda. Mis tíos Yolanda Casco y Julio D’elia fueron secuestrados en Buenos Aires, en 1977. Yolanda estaba embarazada de 8 meses y medio. Buscarlos, saber la verdad, su destino final y el de su hijo, marcó mi vida y la de mi familia. En 1994, las Abuelas de Plaza de Mayo, encontraron a mi primo, al hijo de Yolanda y Julio. Tenía 17 años, su nombre era Carlos. Nació en cautiverio en los Pozos de Banfield, en Buenos Aires. Lo separaron de su madre a pocos días de nacer y lo entregaron a un militar argentino.
Construir un vínculo fue un camino largo, pero lo logramos y hoy somos una familia. Cada vez que cruzaba el charco para conocer la tierra de sus padres, para reconstruir el pasado, además de las fotografías compartíamos libros y discos. Hasta que un día escuchamos “Angelitos” y le conté la anécdota de mi infancia. Ahí me di cuenta: a veces las canciones también pueden sanar una herida, porque ya no tenía que sumar su nombre. Unos años después, el Sabalero, en una entrevista con el querido Omar Gutiérrez, anunció que no la cantaría más por respeto a esos niños, ya adultos, que habían recuperado su identidad. Para esa fecha (2002) Amaral, Mariana, Simón, Anatole y Julien, la hija de Aída (Carmen) y Andrea se habían reencontrado con sus familias. Fernando Hérnandez Hobbas sigue desaparecido.
La vida, también, nos reunió, a casi todos, cuando las Abuelas de Plaza de Mayo celebraron sus 30 años. Ahí estaban, los Angelitos y yo, con nuestras historias rotas, pero juntos. Y ahora, mientras escribo, vuelvo a escuchar al Sabalero cantarle a los angelitos, que ya no son ausentes sino PRESENTES.
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