En despedida y homenaje al querido Daniel Viglietti, escriben: Chico Buarque, Paco Ibáñez, Gastón Ciarlo “Dino”, Circe Maia, Braulio López, Tita Parra, Isabel Parra, y Eduardo Carrasco (Quilapayún).
Chico Buarque
Conocí a Daniel Viglietti personalmente en los años setenta, durante su exilio en París. Yo ya lo admiraba como cantante de voz muy grave, enérgica, además de compositor de algunos de los clásicos de la canción de resistencia latinoamericana. Fuimos buenos amigos, pero en nuestros diversos encuentros él hablaba poco de sí mismo. Andaba siempre con un grabador en el que registraba entrevistas radiofónicas, ya no me acuerdo para qué programa. Más adelante él vino a Brasil y tuve la honra de que tradujera alguna de mis canciones al castellano. Fue a mediados de 1982, y eso lo recuerdo bien porque dividíamos nuestro tiempo entre el estudio de grabación, donde él intentaba corregir mi castellano, y mi casa, donde veíamos la Copa del Mundo de Fútbol. Él vibraba con los partidos de la selección brasileña de aquel año y, todavía más que yo mismo, sufrió con nuestra derrota en la final contra Italia: “sucumbió la belleza”, dijo.
Desde entonces nuestros contactos fueron esporádicos, lo que no hace menos dolorosa para mí la brusca noticia de su muerte.
Paco Ibáñez
“Es un día de luto hoy.” La voz de Paco Ibáñez atraviesa la noche catalana para desembarcar, apesadumbrada, en la tarde soleada de Montevideo. Los recuerdos del amigo se agolparon en la memoria durante toda la jornada: aquel primer encuentro en París, “tantos años, tantos siglos atrás, y siempre ha sido una compañía de hermandad”, los cruces por el mundo, sobre el escenario, Viglietti periodista, “me acuerdo que en París lo veía siempre con su grabador, aquí y allá. Debe tener un tesoro de entrevistas, cada día una, saca la cuenta, 365 días ¿por cuántos años? Llevaba una inquietud dentro de él que la transformaba en canciones y entrevistas, y en amistad”.
—Ha sido un tremendo despertar. Un mazazo. No quieres que sea, quieres no creerlo, pero la realidad es así. Un amigo, un hermano que se va, que ha dejado huella, huella sentimental, huella de sabiduría, huella romántica, huella poética. Todo eso ahí se ha quedado parado. Daniel se ha ido, pero su recuerdo permanecerá siempre. Siento una gran pena, un gran dolor porque Viglietti era un hermano mío.
Hace unos meses estuvo en Hospitalet, cerca de Barcelona, cantamos con él y después hicimos una comida en casa. Guardaré siempre ese recuerdo: pasamos una tarde hermosa, con algunos amigos argentinos que también vinieron. Cantamos. Cantamos chacareras, cantó Daniel, y de repente lo veo que se levanta y se pone a bailar una chacarera, nunca lo había visto bailar, y qué bien que lo hacía. Todo eso se mezcla con recuerdos de conciertos que hemos dado juntos. ¿Qué quieres que te diga? Hay un vacío, en este mundo donde impera el ruido y la música basura se ha apagado una luz. Pero su obra permanecerá siempre iluminando nuestros espíritus y nuestros corazones.
Daniel tenía esa conciencia, la que tenemos los que cantamos y ofrecemos algo muy fuerte, sentimientos que uno capta, que se meten dentro de tu cuerpo y de tu alma y que te acompañan toda la vida, y por eso se dedicaba a cantar y a hacer canciones y a alegrar un poco este mundo de lágrimas.
Gastón Ciarlo “Dino”
El recuerdo luminoso que tengo de Daniel comenzó por los años sesenta cuando yo trabajaba de discotecario y operador de la radio Ariel, que pertenecía a don Luis Batlle Berres, cuando la radio estaba instalada en la calle Olimar. Había un programa, Sendas abiertas, que dirigía alguien llamado Nelson o Néstor Giménez, no recuerdo bien. Allí se hacían audiciones y apareció Daniel a raíz de su primer disco: tan elegante, tan bien vestido. Y de repente se larga a tocar “A desalambrar”. Imagínense lo que fue aquello. Los viejos del Partido Colorado se arrancaban las canas. Fue bárbaro. La barra de trabajadores estábamos encantados.
Después pasó lo que pasó. Estuvo preso y la indignación popular hizo que tuvieran que mostrarlo para que la gente viera que no lo habían torturado y que sus manos estaban en perfecto estado. Todos temblábamos por miedo a que le hicieran algo.
Antes de que se exiliara fuimos a un aniversario de CX 44, y yo estaba tocando con Montevideo Blues y me dijo: “Si yo hubiera sabido que ustedes existían, hubiera grabado mi disco Trópicos con ustedes”. Para mí fue como si me hubieran dado un premio.
Luego nos fuimos cruzando en diversas ocasiones, tanto en Montevideo como en Dolores, y su dimensión solidaria era encantadora y deslumbrante. Él estaba feliz entre la gente. Acudía a todos lados y apoyaba las causas sociales y los movimientos populares de Latinoamérica y el mundo. Por este motivo hoy es llorado por una gran cantidad de gente a lo largo y ancho del globo.
Tenía esa clase de cosas que lo hacían diferente y tan buena persona. Él supo que nuestra casa había sido muy afectada por el tornado y que habíamos perdido, entre muchas cosas, una colección de discos. Él vino con cinco discos de su colección privada y me los regaló. Ese tipo de detalles hacen que –pese a excepciones verdaderamente lamentables que han surgido– la inmensa mayoría de la gente lo reconozca, lo quiera y ya lo extrañe.
Solamente las personas grandes tienen esa sencillez extrema.
Daniel fue una especie de faro: tenía ese poder de concisión y podía poner en una canción que tuviera tres tonos ese toque magistral que tenía desde que empezó a estudiar guitarra clásica. Eso lo hacen únicamente las personas que saben y que tienen una base musical muy profunda. Él, con la cultura musical que tenía y sin hacer aspavientos, tocaba para todo el mundo, llegaba a la persona más sencilla como a la más sofisticada, y eso no lo hace el que quiere, sino el que puede.
Cuando me enteré de su muerte recordé inmediatamente unos versos de Omar Khayyam que dicen: “esta noche la luna te buscará en vano”, y ahí me di cuenta de que estábamos acostumbrados, que era algo tan natural saber que Daniel estaba ahí, que saber que ahora ya no está más nos llena a todos de congoja.
Braulio López
El corazón del flaco se quedará en el alma de la gente para siempre. Con él fuimos compañeros de camino casi desde el principio: cuando comenzó a cantar nosotros también empezábamos. Tuvimos muchas cosas en común: hicimos espectáculos en conjunto, como Cantando a propósito, en el Teatro Circular; compartimos exilio, diáspora, lucha… La canción que nosotros empujábamos era también empujada por él, la idea filosófica y política.
Con el flaco yo personalmente siempre tuve mucha afinidad a nivel personal, y cuando me fui al exilio, una de las primeras personas con las que me encontré y nos dimos un abrazo fue con Daniel, que ya estaba exiliado en Francia. Y nos hemos encontrado en muchas partes del mundo, desde Oslo hasta Cuba. Su coherencia, su constancia, la responsabilidad de trabajar sobre una misma cosa –porque él estaba convencido, de la misma manera que nosotros estábamos convencidos–, es decir, que no había otra cosa que empujar la esperanza de la gente de pata en el suelo, la gente más de abajo, fue notable, y en él tuvimos un compañerazo, alguien que nunca se desvió del camino, nunca se apartó de esa idea y la mantuvo con todo coraje y determinación.
Indudablemente perdemos un brazo fundamental de nuestra cultura, pero también del trabajo social, porque Daniel era fundamentalmente eso, un trabajador y un artista enmarcado en un proyecto de reivindicación de derechos que han sido pisoteados a través de la historia. ¿Cómo no luchar, cómo no levantar una bandera por la gente caída y explotada? A veces, conversando con él, sentíamos que eso había sido traicionado.
Se nos fue un brazo fundamental en el quehacer actual por todo eso, pero la lucha hay que seguirla. Porque, como diría León Felipe, sabemos que “no hay cielos ni estrellas prometidas, pero seguimos contigo trabajando”.
Circe Maia
Cuando se me pidió que escribiera algo sobre Daniel Viglietti creí que iba a ser imposible. Sobre su personalidad, sobre su obra, sobre su vida, ¿qué iba a escribir yo, que no estuviera ya muchas veces dicho?
Escribí, sin embargo, y taché muchas veces lo escrito, pensando que iba a dejar sólo dos adjetivos y su nombre. Así: “Querido, admirado Daniel…” Y nada más.
Ahora –ya es de mañana– vuelvo a llamar a mi memoria en mi ayuda.
Recuerdo entonces la sorpresa que tuve la primera vez que escuché “Otra voz canta” y sentir que mi poema había adquirido otra dimensión, otra intensidad, al entrar en el mundo de Viglietti, el mundo de su cálida voz, de su música.
El otro recuerdo, muy vívido, es estar junto a él, en el improvisado escenario de la Facultad de Ingeniería, hace ya muchos años.
Habíamos sido invitados por su decana, la ingeniera Simon, para hacer un acto en conjunto, de lectura de poemas y canciones.
Una hora antes, Daniel llegó apurado, leyó algunos poemas, y logró encontrar canciones suyas que de algún modo respondían a ellos.
Todavía me queda el sonido de su voz, cantando sus canciones y haciendo, a todo ese público juvenil, vibrar con ellas.
Querido, admirado Daniel…
Nada más.
Tita Parra
Daniel Viglietti fue un hombre nuevo, del que hablaba el Che, y fue, a la vez, una rara y original flor de las artes populares latinoamericanas, excéntricamente libre, extremadamente sensible, capaz de crear lazos indispensables para la felicidad y la amistad humana, con su diversidad y complejidad natural, única y propia, comunicante, hablante, pensante, cantante, viajante.
Sus capacidades sobresalen de los cánones, especialmente sobresale el amor con que se relacionó trabajando, trabajó relacionándose, vivió trabajando, jugueteando poéticamente, vitalmente alerta y preciso en valorar, dimensionar, considerar, tomar en cuenta y percibir los culebreos retorcidos de las emociones, las suyas y las de los demás. Capaz de percibir con otros sentidos las cosas nuestras.
Su quehacer incansable lo hizo siempre desde la magia, la poesía, la profundidad de los instantes.
Felizmente y para nuestro regocijo, dicha y mayor alegría, el mundo puede saborear su obra bellísima, y el resultado de su vida generosa y comprometida.
Escuchar una canción, una de sus letras, un disco, escucharlo hablar, cantar, interpretar, tocando su instrumento que es la guitarra, es para uno la mayor de las bondades que se pueden recibir como regalo, ofrenda, amor.
Su obra es incalificable, es un resumen de la vida en este mundo, vida de injusticias y golpes, persecuciones y torturas, expresada con la belleza de su ser, con estética refinadísima y culta, de mucho estudio y rigor, de muchas artes conjugadas delicadamente.
Daniel Viglietti vivió para la vida, amándola con tanta pasión, amando tanto a los seres humanos, a los pobres, a los negros, a los indios, elevándolos con su amor cantado desde el corazón, levantándolos del suelo para llevarlos al sol de la conciencia. Eso sucede cuando uno lo escucha cantar; sabe trasmitir genialmente las atmósferas, las realidades, las profundidades de la vida popular.
Su compromiso político es vital, es uno solo, es un todo.
Mi deseo y anhelo es que se redescubra a Daniel y se difunda extensa y profundamente su obra, se estudie a fondo y se muestre su riqueza emocional, vital y poética, pues Daniel Viglietti es un artista que, aunque sobrevivió a la destrucción que sufrió toda América Latina, exilios, dictaduras y represiones que hoy día son las dictaduras de la mediocridad, la indiferencia, el olvido, el menosprecio de la identidad y la dignidad nuestra, es una de las luces que no sólo merecen situarse en el centro del árbol de los brillantes, sino llegar a todas las ventanas.
Estoy segura de que su vida y su arte han marcado a varias generaciones, tal como lo hicieron conmigo, y lo siguen haciendo. Comunicador y motivador, creador de encuentros, memoriador despierto a su entorno, Daniel Viglietti es un héroe de las luchas por la vida y el hombre nuevo. Un revolucionario honesto, verdadero, que unió sus luchas a un arte creador de excelencia, compartiéndolas generosamente sin excepción. Un ser alegre y accesible, divertido y carismático, cercano, muy cálido y cariñoso. Un poeta de nuestras luchas imposibles, vidas y muertes.
Lo lloro con mucha tristeza en estos días, en que él iba a esperarme en Montevideo para hacer conmigo una presentación de mi trabajo en Uruguay, en un homenaje a Violeta Parra en la sala Zitarrosa. Acababa de estar en Chile y en Bolivia, vino a invitar, a despedirse, a cantar, a escuchar, a abrazar, a entrevistar, a dar fuerzas y ánimos, a celebrar, a reírse y a contagiarles su amor a la vida y a la música a los Parra, con su incondicional fervor y pasión.
Este sábado 4 de noviembre en la sala Zitarrosa intentaremos hacer un homenaje a Daniel con la ayuda del público y con artistas invitados, como Daniel Drexler. Viajaré desde Chile con Greco Acuña, percusionista, y nos acompañará también Nicolás Almada, de Uruguay. La entrada, como no podía ser de otra manera, es libre.
Isabel Parra
Nuestro Daniel venía de Bolivia. De allí se apareció por el Museo Violeta Parra en Santiago. Nos habíamos programado para cantar con él en Montevideo, pero finalmente acordamos que Daniel presentaría a Tita en la sala Zitarrosa por estos días.
Nuestros diálogos eran breves pero contundentes, tratando de abarcar el tiempo que no nos veíamos. Nos habíamos visto la última vez en Caracas, hace mucho tiempo. Nos juntamos allí con Roberto Trenca, el músico napolitano que trabaja conmigo, y Vicente Feliú. Esa noche no sé si nos pusimos al día o si más bien recordamos lo bueno y lo malo de nuestras vidas con el canto, que no nos abandona y al que nosotros no abandonamos.
Daniel era la delicadeza misma en su trato, y siempre sentí su cariño y su delicadeza hacia nosotros.
En este último encuentro aquí en Santiago, Daniel me pidió que lo acompañara en su presentación en un teatro de esta ciudad, la última que hizo en Chile. Lourdes estaba preocupada porque este recital no había tenido promoción. Le pedí a Daniel que me presentara al comienzo porque tenía que volver temprano a mi casa. Estaba agradecido y emocionado de que me presentara a acompañarlo. Le propuse que cantáramos la “Mazúrquica modérnica”, y que yo lo hacía siempre a capela, con un coro con el público. Le pareció divertido y me dijo “te doy el tono…”. Me presentó de una manera entrañable y profunda, cantamos una estrofa él y la otra yo. Estaba alegre y entusiasmado. Él tenía el texto completo en su cuaderno. Salí al escenario, nos abrazamos, le enseñó al público lo que tenían que cantar… tremendo coro… teatro lleno… terminó el canto… aplausos prolongados… Daniel se levanta y se despide de mí con un abrazo que se me queda en el alma… Me volví a mi casa con mi hija Milena. El último abrazo.
Eduardo Carrasco (Quilapayún)
Estoy absolutamente consternado por la muerte de Viglietti. Y de algún modo no puedo separarla de la desaparición de Ángel Parra, ocurrida hace algunos meses. Es otro signo de que nuestra generación se está yendo.
A Daniel lo conocí en Chile, ya que vino una y otra vez: siempre estuvo presente aquí siguiendo nuestro proceso político y cultural. Lo considero uno de los nuestros, un integrante más de la “nueva canción chilena”. Tan cerca de nosotros estuvo que muchos artistas chilenos cantamos sus canciones. Ángel e Isabel Parra, por ejemplo, cantaron “A desalambrar”, Víctor Jara también fue frecuente intérprete de Daniel durante los años sesenta. Quilapayún cantó, por ejemplo, “Gurisito”, “Milonga de andar lejos”…, canciones que eran recibidas por los chilenos como si fueran propias. No puedo dejar de mencionar que Daniel estuvo hace muy poco cantando acá en Chile, hace apenas algunas semanas. Nunca imaginamos que esa sería una despedida.
Con Daniel se va una parte grande de nuestra generación y del canto latinoamericano hijo de un tiempo muy especial.
Tomado de:
https://brecha.com.uy/sin-embargo-cerca/
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