Frei Betto
En abril, el Banco Mundial preveía que la contracción de la economía brasileña en 2020 sería del 5% del PIB. Ahora, en junio, la predicción es de un 8% a un 10%. Y el gobierno esperaba un crecimiento del 2%…
Como la pandemia afecta principalmente a los trabajadores autónomos e informales que, para sobrevivir, no pueden quedarse confinados en sus casas, se prevé que el número de brasileños en situación de pobreza aumentará este año de 41,8 millones (2019) a 48,8 millones de personas, lo que equivale al 23% de la población.
Se considera pobres a todos los que sobreviven con ingresos diarios inferiores a 27,5 reales o mensuales inferiores a 825 reales. Este año serán 7 millones más de brasileños. El auxilio de emergencia alivió un poco el drama social. Pero, ¿hasta cuándo?
Una investigación realizada por la empresa Plano CDE, que analiza la vida y el consumo de las clases C, D y E, indica que entre marzo y abril de este año, de los 58 millones de brasileños de las clases D y E (con ingresos mensuales de hasta 500 reales) 51 millones vieron sus entradas reducidas a la mitad o menos. Y de los 100 millones de la clase C (con ingresos mensuales entre 500 y 2 000 reales), 29% sufrieron igual pérdida.
De las familias brasileñas, el 70% con ingresos mensuales inferiores a 3 135 reales dependen de ciclos económicos favorables para alimentarse y pagar las cuentas. Con la Covid-19, todo indica que este año esas familias quedarán sumamente endeudadas. En abril, el aumento de las deudas en la clase C fue del 36%, y en las clases D y E, del 47%.
Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), entre 2009 y 2019, el número de favelas creció un 107,7%. Hoy suman 13 151 en 734 municipios, y en ellas viven 5,1 millones de personas. Con la caída del 10% del PIB en este año, debido a la pandemia, esa situación tiende a empeorar, a menos que se apruebe un programa de ingresos mínimos para cada familia que habite en una favela.
Brasil cuenta hoy con 28,5 millones de personas desempleadas. El dato fue divulgado por el IBGE el 16 de junio. De ese total, 17,7 millones declararon que no podían buscar empleo debido a las restricciones impuestas por la pandemia.
La América Latina y el Caribe albergan el 8,5% de la población mundial. Entre 2000 y 2020, el hambre se redujo casi a la mitad en los 33 países de la región. De 73 millones de hambrientos se pasó a 38 millones, según la FAO. Ello ocurrió gracias a los gobiernos progresistas, que implementaron políticas sociales, programas de alimentación escolar y medidas de apoyo a la agricultura familiar.
Pero se inició un retroceso a partir de 2015, el mismo año del lanzamiento de la Agenda 2030 de la ONU, cuyo Objetivo de Desarrollo Sustentable es “hambre cero”. El número de personas que viven con inseguridad alimentaria en la América Latina y el Caribe alcanzó los 43 millones en 2018. Para 2020, la Cepal prevé un aumento de 16 millones en situación de pobreza extrema. Esa realidad se ve retratada por el código de las Banderas Blancas, adoptado ahora en varios países, entre ellos Perú, Honduras, Guatemala y El Salvador: la familia desprovista de todo alimento coloca frente a su casa una tela blanca como señal de que necesita un socorro alimentario urgente.
En el Continente no faltan alimentos. Falta justicia. Hoy, 84 millones de niños en la América Latina y el Caribe dependen de la escuela para tener acceso a una buena alimentación. De ellos, 10 millones solo ingieren una comida mínimamente nutritiva al recibir la merienda escolar. Ahora el virus los excluye de la escuela y los acerca al hambre.
La Cepal y la OIT calculan que la Covid-19 dará por resultado 300 millones más de pobres en la región, de los cuales 83 millones estarán en situación de pobreza extrema. El PIB del Continente debe decrecer un 5%. Ello se debe a la paralización de los mercados internos, la disminución del flujo de las cadenas globales, la caída de los precios de las materias primas y la interrupción del trabajo informal de los migrantes. La crisis elevará la tasa de desempleo al 11,5%, lo que significa 12 millones de nuevos desocupados. Actualmente son 25 millones. A finales del año serán 37 millones.
Hoy, de los 292 millones de trabajadores de la América Latina y el Caribe, 158 operan en la informalidad. En los jóvenes entre 15 y 24 años, el índice llega a 62,4%. La pandemia ha provocado la pérdida del 80% de los ingresos de los trabajadores informales. En el mundo, del 60%.
Los gobiernos latinoamericanos y caribeños solo destinan el 0,7% del PIB a las poblaciones más vulnerables. Como mínimo, debería ser el 3,4% para garantizar la sobrevivencia de 214 millones de personas que ingresarán en las filas de la pobreza en lo que resta del año. Los países más afectados serán Brasil, Argentina, México, Ecuador y Nicaragua.
Según la OIT, este gran lockdown arrojó, en todo el mundo, a 2 mil 700 millones de personas al desempleo o la informalidad. En el nivel global, el Banco Mundial calcula que la crisis de la Covid-19 puede sumar a 70 millones de personas a los 632 millones que sobreviven hoy en la pobreza extrema, o sea, personas con ingresos diarios inferiores a 9, 50 reales o mensuales inferiores a 285. El PIB planetario sufrirá una reducción del 5,2% en 2020. Será la peor recesión en ocho décadas.
En el mundo, puede aumentar en 250 millones el número de personas con inseguridad alimentaria. Más de 30 países están amenazados por la pandemia del hambre. El Informe Global 2020 sobre Crisis Alimentarias, de la ONU, revela que existen 318 millones de personas en 55 países con inseguridad alimentaria aguda. Muchas tienen qué comer, pero no la cantidad diaria suficiente de calorías que se requiere. Si tenemos en cuenta la ingestión calórica, el número aumenta a 2 mil 500 millones de personas subalimentadas. Agravadas por la Covid-19, perduran las causas del hambre: conflictos armados, condiciones climáticas extremas (desequilibrio ambiental), dificultades de acceso a la tierra y al empleo, y turbulencias económicas.
El reverendo británico Thomas Malthus se engañó al prever, en 1789, que en los siglos venideros la producción de alimentos crecería aritméticamente (1-2-3-4) y la población geométricamente (1-2-4-8). Habría más bocas que pan. Cuando lo declaró, el mundo tenía mil millones de habitantes. Hoy somos casi 8 mil millones y sobran alimentos, suficientes para saciar al menos a 12 mil millones de seres humanos. Por tanto, lo que falta es compartirlos. El hambre perdura porque hay muchas familias sin tierra y muchas tierras en manos de pocas familias.
Miles de millones de familias no tienen recursos para comprar comida, que ha dejado de tener valor de uso y pasado, con el capitalismo, a tener valor de cambio. Esa mercantilización del bien más esencial para nuestra sobrevivencia biológica es un crimen horrendo. Los agricultores ya no pueden llevar sus productos al mercado para venderlos. Deben entregarlos a un intermediario que los revende al sistema que los procesa, transporta, envasa y distribuye a los puntos de venta.
Hoy son los bancos, las multinacionales y los fondos de pensiones los que dominan el mercado delos alimentos y promueven especulaciones mediante derivativos de commodities. Cuando se produce una interrupción en esa cadena, los agricultores se ven obligados a quemar o enterrar los productos. Un crimen de lesa humanidad practicado en honor al dios Capital.
Frei Betto es asesor de la FAO en el tema de soberanía alimentaria y educación nutricional, y autor, entre otros libros, de O marxismo ainda é útil? (Cortez).
www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
Traducción de Esther Perez
Tomado de: LaRed21
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