Bien vale la pena leer esta carta de Liber Seregni a su esposa desde la prisión enviada el 7 de setiembre de 1974. En esta carta Seregni habla de todo lo que pensó mientras pintaba un ombú para regalarle a su esposa, refiriéndose a la historia, a la vida y a la existencia.
“…Pero a medida que me puse a pintarlo, el ombú se reveló como algo muy particular. Cada pincelada que daba, tratando de modelar su forma, es como si hubiera podido palpar, con mis manos, el viejo tronco, recorrer sus arrugas, intimar con él, conocer su historia. Es un viejo ombú; viejo, sabio y filósofo. Su larga vida está expresada en sus rugosidades, en sus cicatrices, que hablan de su lucha vital en los tres siglos que tiene de existencia. Sufrió el rayo y el temporal, que quebraron sus ramas y dejaron esas señales que muestra en su cuerpo. Pero después de cada herida, siempre supo reponerse y echar brotes nuevos, como ahora.
Está en un campo de flechillas, lejos de todo ruido, mirando al cerro, en el horizonte, acompañado del canto de los pájaros que anidan en él , de un par de cardos y unas matas de Espina de la Cruz.
Antaño, el camino al Este, a Santa Teresa y San Miguel, le era próximo. Conoció, entonces, el tránsito de muchos viajeros. Eso sí, nunca cobijó historias de amor, porque estuvo lejos de poblados. Está en un otero, y su vida estuvo ligada más bien al quehacer épico. Fue allí, donde él está, el asiento primitivo de la Guardia Vieja de Maldonado, allá por el mil setecientos cincuenta y tantos. Y ya era grande, entonces. Tenía casi un siglo. Después fue referencia de ruta, lugar de campar, reposo de sombra a mediodía.
Vio pasar, a su vera, a todos los protagonistas de la historia de esta Banda Oriental .Primero a los indios, cuando corrían libres por sus tierras . Después el español, Ceballos, cuando fue a edificar la Fortaleza de Santa Teresa para controlar y detener los empujes portugueses. A nuestro Padre Artigas, cuando sentó plaza de Blandengue, allí en Maldonado! Y luego, la Admirable Alarma de 1811, las invasiones portuguesas, el logro definitivo de la Independencia. Después, todavía, el quehacer convulso del siglo pasado: cuerpos de tropa, revolucionarios y montoneros, en la definición progresiva de nuestro ser histórico. Muchas veces, sus ramas fueron apoyo de lanzas de distinta banderola; muchos fogones se encendieron a su pie, muchas conversaciones, proyectos, esperanzas y anhelos, escuchó bajo sus ramas.
Vio hacer la nueva carretera –que lo dejó de lado- y tender las vías del ferrocarril. Ya no es referencia de ruta, ni lugar de campar. Hace muchos años que su copa no cobija conversaciones ni escucha planes ni proyectos. Pero él sigue allí, vivo y existente, mirando y sintiendo los tiempos nuevos. Comprendiendo siempre. Es viejo y sabio. Sabe y comprende, porque siempre miró y escuchó con amor. Con amor y entrega, cobijó sueños y esfuerzos; con amor brindó su sombra y su abrigo. Por eso sabe, no sólo por lo años que ha vivido.
Muchas cosas me contó, en estas horas que lo estuve pintando. Y muchas reflexiones me trasmitió, de su experiencia y su vida. Guardo, sobre todo, dos conceptos, de los tantos que me dijera. Uno tiene que ver con su idea de la historia y de la vida.Más allá de retrocesos transitorios –me dijo- la historia siempre ha marchado hacia adelante. Y aquella que es trascendente, la escribieron las gentes comunes que acamparon a mi pie, los integrantes del Pueblo Oriental, a quienes escuché -a veces- en un decir confuso, pero moviéndose y actuando en función de una clara y persistente dinámica de libertad y autodeterminación.
El otro concepto tiene que ver con el sentido de la existencia. Existir es vivir –me dijo- . Por eso, no importa la intensidad del temporal –que al fin y al cabo es sólo un accidente- no importa tanto la rotura de ramas y la amputación sufrida, si se guarda ,en lo más profundo del ser, la voluntad y la capacidad de brindar nuevos brotes. Mírame –dijo- he soportado mil tempestades; me han tronchado ramas; estoy lleno de cicatrices. Pero tengo brotes nuevos y –por sobre todas las cosas- vivo, y sigo siendo árbol y sigo siendo ombú.
Bueno, Chiquita, estas cosas que me contó el viejo ombú hubiera querido decírtelas de palabra, en una de esas charlas que siempre hemos tenido, que a veces eran habladas y otras –muchas- de compenetración y comunicación por el simple hecho de estar juntos, de ser presencia. Sabes bien que no me gusta escribir, que no me expreso bien, por escrito. Pero quería contarte, de cualquier manera, mi encuentro con el ombú.”
Tomado de “El correo del General”. Correspondencia del General Liber Seregni a su esposa, Lily Lerena, escrita en su primera prisión (9/7/73 – 2/11/74)
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