Ir al contenido principal

Liberar a Viglietti


Por Milton Fornaro
religion
Daniel Viglietti (a la derecha) junto al escritor uruguayo Mario Benedetti.
Liberar a Viglietti. La consigna apareció de la noche a la mañana en los muros de Montevideo. Malos tiempos para el cantor, malos tiempos a secas, cuando se persigue, se encarcela, se tortura y se mata por pensar diferente. Era el año 1972, preparatorio del golpe de Estado del 73. Gobernaba Bordaberry pero mandaban los militares. Derrotada desde hacía un año la guerrilla de los tupamaros, las fuerzas represoras continuaron su labor de destrucción con los trabajadores, los estudiantes, los artistas, y contra cualquiera que opinara distinto a los mesías.
Liberar a Viglietti. Algunas de aquellas pintadas, realizadas por manos anónimas y valientes, soportaron el paso del tiempo, aun cuando el preso había sido liberado. Una de ellos perduró en la Puerta de la Ciudadela, un monumento de Montevideo que queda a la entrada de la Ciudad Vieja. No es otra cosa que una puerta reconstruida, de las dos que comunicaban el fuerte amurallado con la ciudad colonial, en el siglo XVIII y a principios del XIX. En esas piedras centenarias las tres palabras escritas a las apuradas adquirían un valor simbólico, impensado sin duda por los ocasionales pintores. Se cuenta que Bartolomé Hidalgo –el primer poeta del que se tienen noticias por estos lados– durante la guerra independentista acostumbraba ir al pie de la muralla para, acompañado por su guitarra, entonar diatribas contra las tropas españolas acuarteladas.
Con la dictadura ya instalada, la pintura todavía podía leerse. Al pasar por el lugar, pensaba en Viglietti y en los otros compatriotas en el exilio. Mirando la frase desleída, se me antojaba que el primer cantor seguía, después de ciento sesenta y pico de años, desafiando con sus versos libertarios a los opresores.
Bartolomé Hidalgo con sus cielitos patrióticos fue el que inauguró lo que luego el crítico Hugo García Robles bautizó como el cantar opinando, una sana costumbre nacional que en los años sesenta del siglo pasado continuaba advirtiéndonos acerca de lo que estábamos viviendo.
Era Daniel, pero también Zitarrosa, Los Olimareños, Yamandú Palacios, entre otros, quienes llenaban estadios cuando los jóvenes nos bebíamos los vientos creyéndonos protagonistas de los cambios que suponíamos estaban a la vuelta de la esquina. Eran los tiempos del arriba nervioso y del abajo que se mueve. Contribuíamos (obreros y estudiantes, unidos y adelante) a sacudir el abajo. Nos quedábamos afónicos de gritar consignas y de corear estribillos de canciones que conocíamos de memoria.
Daniel fue un admirado referente para muchos de nosotros. Aun sin conocerlo personalmente, lo sentía cercano por circunstancias que tienen que ver con Minas, el pueblo del interior donde nací y viví hasta los diecinueve años.
El padre de Daniel, el coronel Cédar Viglietti, militar constitucionalista y posteriormente, en el 71, fundador del Frente Amplio, se instaló en Minas en la década de 1950. Eximio concertista y estudioso del folclore uruguayo, el coronel era un reconocido profesor de guitarra. Lo conocí un día en que, con otros dos amigos. acompañamos a su casa a un compañero de correrías condenado por los padres a tomar clases. Con el tiempo, cuando el nombre de Daniel comenzó a sonar en la radio supimos que el cantor era hijo del coronel.
Juan Capagorry, un coterráneo que por entonces vivía en Montevideo, amigo de Daniel y autor de las letras de su segundo disco, era quien, cuando recalaba por el pueblo, nos llevaba noticias de los primeros recitales y nos contaba cómo marchaba Hombres de nuestra tierra que ese era el título de aquella grabación. En las conversaciones interminables que tenían lugar en la casa de Nanago Puchet, Daniel fue un contertulio más. Físicamente nunca estuvo allí sentado tomando grapa con nosotros, y sin embargo Capagorry lo hacía estar. Juan generosamente nos regalaba la amistad de Daniel, la desparramaba entre nosotros. Y así fue que en lo de Puchet todos fuimos amigos del Viglietti más famoso. Amigos, como es mi caso, sin haber cruzado una palabra con él, y conociéndole la cara únicamente por las fotos de las carátulas de los discos. Sí escuchábamos y nos aprendíamos sus canciones, y leíamos sus artículos en el semanario Marcha.
Mientras tanto, como un preludio de lo que se desataría en la década siguiente, el gobierno, nervioso, reprimía con saña creciente todo lo que se movía. La militancia política hizo que frecuentara más asiduamente la casa del coronel Viglietti. Allí nos reuníamos con sus hijos Cédar, Graciela y Silvia, y otros compañeros para planificar acciones inocentes de denuncia y protesta. Con Cédar llegamos a compartir incluso una semana de cárcel. Luego, el golpe de Estado hizo que perdiéramos contacto.
Recién en 2004, Graciela me habló por teléfono diciéndome que Daniel quería verme. Después de cuarenta años, por primera vez estuvimos frente a frente. Él había logrado la reedición de un libro del coronel, fallecido en 1979, y me invitaba a participar de la presentación. Lo hice con agrado, y aquella noche conté parte de esta historia.
A partir de aquel día seguimos viéndonos, con él y con Lourdes, su compañera. Incluso en una oportunidad viajamos juntos a la Feria del Libro de Caracas. Era donde cuadrara, en la calle, en algún boliche, en la Fundación Mario Benedetti, o en sus recitales. A veces hablábamos por teléfono o intercambiábamos algún mail. Lo hacíamos con la naturalidad de los amigos de toda la vida, esos que uno conoce desde siempre.
Ahora que se ha ido, seguiré viendo la pintada que no está. Leeré para mí: Liberar a Viglietti. Aquel exorcismo que practicaba creyendo que podía traer de vuelta a todos los compañeros. Del exilio, de la cárcel y de la muerte.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

¿Cuál es el propósito de la lectura?

“He leído muchos libros, y me he olvidado de la mayoría; pero entonces, ¿cuál es el propósito de la lectura?"  Esta fue la pregunta que un alumno le hizo una vez a su maestro.  El maestro no respondió en ese momento; sin embargo, después de unos días, mientras él y el joven alumno estaban sentados cerca de un río, dijo que tenía sed y le pidió al niño que le trajera un poco de agua con un colador viejo y sucio que había en el suelo.   El alumno se sobresaltó, porque sabía que era un pedido sin lógica. Sin embargo, no pudo contradecir a su maestro y, habiendo tomado el colador, comenzó a realizar esta absurda tarea.   Cada vez que sumergía el colador en el río para traer un poco de agua para llevar a su maestro, ni siquiera podía dar un paso hacia él, ya que no quedaba ni una gota en el colador.  Lo intentó y lo intentó decenas de veces pero, por mucho que trató de correr más rápido desde la orilla hasta su maestro, el agua siguió pasando por todos los agujeros del tamiz y se perdi

cuánto te pagan por izar la bandera?

Somos el miedo de los gobiernos que mienten en nombre de la verdad. El miedo del poder militar,económico y jurídico que impide la comunicación humana de pueblo a pueblo. Somos el miedo de la soberanía de los piratas del mundo que mutilan el estado de ánimo e impiden la emociones reveladoras. Somos el miedo del poder de los déspotas que reside en mecanismos impersonales. El miedo de las estructuras burocráticas que desalientan las conductas exploratorias. El miedo de las grandes fortunas que se robaron de los derechos naturales. EI miedo de los centros de poder que amenazan con la destrucción total. El de esos varones sensatos y «prácticos» que desean dejar su huella en la historia y creen solamente en lo que pueden forzar y controlar. Somos el miedo de quienes nos adiestran a ser corteses cuando alguna institución nos pisotea. El miedo de quienes temen a los cambios pues su status depende de la rutina y del tiempo de otras personas. El miedo de las tecnologías caprichosas que nos obl

"Si tienes un libro, nunca vas a estar solo"

«A mí lo que me ha salvado son los libros que he leído. Pero principalmente, de la soledad. Por ejemplo, ocurre mucho en las giras, cuando a un avión le pasa algo y nos quedamos todos tirados en un aeropuerto, que los músicos se desesperan, no saben qué hacer. Pero yo, si tengo un buen libro, ¡estoy feliz! Los libros me acompañan, me ayudan a pensar, a vivir un montón de vidas distintas a la mía. En lugar de estar como un animal enjaulado mirando a un avión que va a salir en seis horas, puedo estar en la antigua Roma viviendo las vidas de otros. Creo que ese es el único consejo que me he atrevido a dar en la vida: si tienes un libro, nunca vas a estar solo». -Joaquín Sabina. Tomado de:  Facebook