Fue por la tarde. La visión en rojo cruzó por su mente como un fogonazo. Cerró los ojos doloridos. Vio una planicie interminable. Desierta y roja. Lo supo de inmediato. No había dudas. Él moriría esa noche. Terminaban de comunicárselo desde algún lugar remoto y rojo. Rojo enceguecedor. Había oído hablar de casos de premoniciones. Como el de aquel muchacho fotografiado en los diarios. A último momento se había negado a subir al avión que cinco minutos después de despegar se deshacía en el aire. Pero esto que él terminaba de saber no había forma de evitarlo. Al menos, él no la conocía. ¿Por qué a mí?, se preguntó. Podía tocarle a cualquier otro. A cualquiera, insistió. Llegó a su casa conteniendo apenas la angustia. Contestó con evasivas las preguntas de su mujer. No quería hablar. Únicamente se animó a pedir que esa noche cenaran todos juntos, ellos dos y su hijo. Lo observaban en silencio, pero no hacían preguntas. Siguieron comiendo. Era evidente que no era el mism