Una muerte anunciada
En
1924, las principales empresas de producción de bombillas fijaron su
duración en 1.000 horas estableciendo multas a aquellos que incumpliesen
la cláusula. Fue el principio de la obsolescencia programada, una
práctica que tiene como principal objetivo la rentabilidad empresarial.
Fomenta el consumo pero afecta a la economía familiar y causa un
importante daño en el medio ambiente.
La obsolescencia
programada consiste en fijar la vida útil de un producto en un tiempo o
uso determinado para que, llegado ese momento, quede inservible.
Bombillas, móviles y lavadoras son algunos de los productos a los que
han aplicado esta estrategia. Los investigadores que en un principio
buscaron la forma de aumentar la duración y resistencia de diferentes
objetos, tuvieron luego que estudiar cómo hacer estos más frágiles. La
premisa era sencilla: si los objetos no se rompen, los consumidores no
comprarán otros para sustituirlos. La dificultad a la hora de descubrir
el problema o la inexistencia de piezas de recambio son algunos de los
principales inconvenientes que encuentran los técnicos al tratar de
arreglar los objetos. En la actualidad es más barato comprar un nuevo
producto que reparar el antiguo. Es el caso de las impresoras, arreglar
una cuesta más de 100 euros, adquirir una, menos de 40. Otra variante de
la obsolescencia programada es la obsolescencia percibida. Es decir,
hacer creer al consumidor mediante campañas publicitarias y otras
estrategias comerciales que su modelo está anticuado para que este lo
renueve cada cierto tiempo, aunque no necesite ser sustituido. Una
forma más de consumo que lastra la economía familiar.
Las
consecuencias económicas no son el único aspecto negativo de esta
práctica. Los productos inservibles se apilan sin control en vertederos
donde los componentes tóxicos permanecen durante años con el gran
impacto ambiental que esto supone. La tendencia de comprar, usar, tirar y
volver a comprar afecta al medioambiente de una manera que los
fabricantes y consumidores no parecen querer entender. Si en el precio
del producto se incluyese el coste ecológico que este conlleva la
concienciación sería absoluta pero el valor, incalculable.
El
problema de la obsolescencia programada parece empezar a calar en la
política internacional. El Parlamento francés ha decidido dar un paso al
frente al aprobar medidas drásticas como castigar con penas de cárcel y
multas de hasta 300.000 euros a aquellos empresarios que violen las
leyes de defensa del consumidor con el argumento de la necesidad de
supervivencia del negocio. Un primer paso para avanzar hacia la
eliminación de esta práctica. En España también se ha empezado a hacer
frente a esta técnica. Es el caso de la empresa Iwop, que ha creado una
bombilla sin una duración establecida y con posibilidad de repararse.
Cuando esta deja de funcionar no es necesario desechar el objeto
completo, basta con sustituir sus componentes interiores, minimizando
así el impacto ambiental. Benito Muros, inventor de esta bombilla, es
también el impulsor del movimiento SOP (Sin Obsolescencia Programada),
una acción social que lucha contra la durabilidad predeterminada por los
fabricantes y busca reducir el impacto de este fenómeno.
“Las
cosas antes duraban más” es una afirmación que bien se puede hacer en
unos grandes almacenes o en el salón del hogar ante un televisor que ya
no responde. Los fabricantes se justifican en las mínimas ventas que
existirían si algo durase toda la vida y en el desempleo que esto
conllevaría. Sin embargo, algunas empresas comercializan bombillas LED
con una duración de 25 años y un modelo de negocio rentable.
Los
ejemplos existen y las alternativas también. La bombilla que permanece
encendida desde 1901 en un parque de bomberos en California puede ser
vista las 24 horas del día por internet gracias a una cámara web que ya
ha tenido que ser cambiada varias veces. Nuevos modelos más
funcionalidades pero la fecha de caducidad permanece fijada en su
interior. Porque hace tiempo que la durabilidad de los objetos dejó de
ser un propósito a alcanzar para convertirse en el peor de los enemigos
para la rentabilidad empresarial.
Noemi Portela Prol
Periodista
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